El niño y la vaca, fábula y buenaventura
CUENTOS PARA LOS QUE ALGUNA VEZ FUERON NIÑOS
Un día, en no recuerdo qué libro de quién sabe cuál estantería de mi casa, leí lo siguiente:
Mi gran error fue confiar en el ser humano, todos somos igual de impredeciblemente siniestros.
Vale. Quizá no la leyera en ninguna parte, puede que la escribiera yo, incluso es posible que me la acabe de inventar. Pero, ¿qué más da? Muchas veces he citado a autores, en ocasiones incluso inventados, para dar mayor credibilidad a mis palabras. Es la grandeza y la bajeza de ser un don Nadie. No existe persona en el mundo que crea a pies juntillas tus sentencias, pero a la vez puedes hacerte el culto cuanto quieras, nadie se preocupará de cerciorarse de tus palabras. Esa frase existe, está escrita, no importa ni cómo ni cuándo ni, mucho menos, dónde.
Ahora me gustaría analizarla para todos ustedes, incontables lectores (en el más puro sentido de la palabra).
Mi gran error fue: Sencillamente lo peor que he hecho en mi vida, de lo que más me arrepiento, lo que más jode, hablando en plata.
Confiar: Hay una cosa se debería hacer más a menudo, y adoro hacer. Y es, cual Jesucristo, lanzar pregones allá por Tiberias, en el cerro (que no montaña) de las bienaventuranzas. Así pues, yo proclamo: bienaventurados los desconfiados porque de ellos será el reino de felicidad.
En el ser humano: No hablo de hombres, de niños, de mujeres, de tuertos, flacas o mojigatos. Hablo de seres humanos, en general. Eso si, aquí el autor es un misógino convencido y si un ser humano es capaz de albergar otra vida… sin duda alguna es más humano que otro que no puede hacer lo mismo.
Todos somos: En general, obviando el citado odio por el sexo femenino, todos y sin excepción. Incluyéndome muy a mi pesar.
Impredeciblemente: No creamos en nosotros mismos. No adelantemos acontecimientos, actitudes o hechos. Un día podemos ser la luz que ilumina el resto de vidas mortales y al siguiente ahogarnos en la más pútrida cloaca.
Siniestros: Que no zurdos. Perversos, malintencionados. Quizá debiera usar el término “egoístas”, pero muchas de las acciones que emprendemos ni tan siquiera son en beneficio propio, son simple y llanamente, crueles.
Y sigamos con la parafernalia lingüístico/bíblica. Siempre he creído en el valor didáctico de las fábulas, así que permítanme emplearla en lugar de las históricas parábolas y proceder a relataros, en breve espacio, el cuento de Pedro y la vaca.
Pedro y la vaca
“Érase una vez, un niño llamado Pedro. Pedro era inteligente, simpático y trabajador, pero muy pobre. Un buen día de Enero, paseaba por una calle débilmente iluminada por la tenue luz de un farol. A duras penas consiguió distinguir la silueta de una vaca. Ésta era apenas un saco de huesos mortecinos, apoyaba su otrora redondo corpachón contra la pared y mugía lastimeramente, casi como si del llanto de un joven desdichado se tratase. El pobre Pedro se compadeció en seguida de aquella imagen y acercándose a ella le preguntó:
Vaquita, ¿por qué lloras?
Lloro.-Respondió la vaca-.Porque mi Dueño se ha olvidado de mí. No me da de comer, ni de beber, ni cubre mi frío cuerpo.
No te preocupes.- Contestó Pedro sonriendo.- Yo no tengo dueño ni nadie que cuide de mi y a pesar de ello soy feliz. No como bien, ni duermo en una cama calentita, ni tan siquiera tengo un amigo con quien reír o llorar cuando me haga falta, pero… ¿sabes qué?
No, cuéntame.
Pues que yo cuidaré de ti. No seré tu dueño, serás libre como yo pero me aseguraré de que no pases hambre, sed o frío. A cambio sólo te pido una cosa.
¿El qué?- Preguntó la vaca abriendo graciosamente los ojos.
Que pueda contar contigo cuando lo necesite, que acudas a mi llamada si algún día preciso de ti.
La vaca respondió que por supuesto, podría contar con ella siempre que le fuera necesario. Ella sabría escucharle como el amigo que Pedro nunca tuvo, no importaría la hora ni el lugar, ni tan siquiera si dormía. En las buenas y en las malas podría contar con ella, con su Amiga la Vaca.
Y así lo hicieron. Pedro gastó el poco dinero que tenía en dar de comer y beber a la vaca. La cubrió con una manta nueva, la consoló en los malos momentos y cuidó de ella incluso descuidando su propia salud.
Tanto fue así que, pasados unos meses, Pedro se vio sin dinero y con hambre, mucha hambre.
“Bueno.- Pensó.- Acudiré a mi amiga la vaca y le pediré un poco de leche. Ahora que es fuerte y vigorosa, no le importará”
Y buscó, y buscó, y volvió a buscar. Pero la Vaca no aparecía. Recorrió todos los lugares donde habían compartido risas y alegrías, aquellos sitios en los que ella prometió reunirse con Pedro en caso de necesidad. Pero no la encontró.
Al cabo de unos días la vio retozando en compañía de su Antiguo Dueño. El pobre Pedro se alejó con la cabeza gacha, pero decidido a averiguar el motivo del cambio de actitud de su amiga. Al poco, volvió a coincidir con ella:
¡Hola Pedro!- Saludó alegre la Vaca.
Amiga Vaca… te necesité hace unos días.
¿Cómo podía saberlo?- Contestó ofendida la vaca.- La última vez que te vi, estabas bien.
Uno no elige cuando se encuentra bien o mal. En este caso creía estar bien pero el hambre pudo conmigo, vine a buscar un poco de tu leche para pasar la semana.
Lo siento Pedro…- Titubeó la vaca girando la cabeza.- Además yo… me quedé sin leche porque… bueno, porque en realidad no me alimentaste todo lo bien que debieras haberlo hecho.
Pedro sabía que el auténtico motivo no era ese. La leche de su Amiga la Vaca fue a parar a manos de su anterior dueño, el que la abandonó cuando no pudo sacar nada más de ella. A pesar de ello decidió callar.
“Mi Amiga la Vaca tendrá sus motivos”.- Pensó Pedro.- “Echará de menos a su antiguo dueño”
Bueno, no te preocupes.- Dijo el niño.- Procuraré alimentarte mejor la próxima vez que lo necesites, pero a cambio, prométeme de nuevo que no volverás a fallarme si necesito de tu ayuda.
¡Por supuesto que no!- Exclamó ofendida la vaca.- ¿Acaso no confías en mí?
Claro que lo hago.
Y era verdad que lo hacía.
Al cabo de un nuevo año, Pedro y la Vaca se habían hecho los mejores amigos. Pedro cuidaba de ella, la alimentaba y protegía, y la Vaca se lo compensaba dándole cariño. Siempre que veía llegar a Pedro con un balde de agua, o un buen cesto de hierba fresca, la Vaca mugía alegre y recordaba a Pedro que siempre podría contar con ella.
Pero de nuevo Pedro se quedó sin dinero. La anterior experiencia le había vuelto precavido y tenía algo de pan y un poco de leche guardados para una emergencia, pero hacía frío, mucho frío. Y Pedro necesitaba calentarse como fuera.
“¡Ya lo tengo!- Pensó contento.- Mi amiga la Vaca está mas gorda y bien cuidada que nunca, seguro que su cuerpo es calentito. Le pediré que me deje pasar la noche junto a ella y así no pasaré frío”
Y de nuevo buscó y buscó pero no encontró.
Pedro pasó la noche arrebujado bajo unos cartones, temiendo por la salud de su amiga la vaca. “¿Estará enferma y no habrá podido acudir a mi encuentro?” Pensaba. “¿Quizá algún desaprensivo haya acabado con ella para disfrutar de su piel y su carne?” Temía.
Apenas pudo pegar ojo, en parte por el frío y sobre todo por la preocupación. Así, en cuanto el sol iluminó las frías calles de su ciudad se lanzó de nuevo a la búsqueda de su amiga.
¡¡Amiga Vaca!!- Gritaba
Recorrió una y otra vez los lugares en los que siempre quedaba con ella. Aterrado, buscó respuestas donde menos le apetecía, en casa del Antiguo Dueño.
¡¡Esa apestosa Vaca no ha aparecido por aquí!!- Fue la única respuesta que halló.
Y cuando creía perdida toda esperanza y las lágrimas brotaban de sus ojos apareció la Vaca. Tranquilamente doblaba una esquina.
¡Hola Pedro!- Exclamó con alegría.
Amiga Vaca… ayer te necesité y no apareciste.
¿Cómo podía saberlo?- Respondió la Vaca, visiblemente enfadada.- La última vez que te vi, estabas bien.
Ojalá pudiera elegir cuando estar bien o mal, ayer bajaron mucho las temperaturas y el frío pudo conmigo. Busqué tu cuerpo para protegerme del frío.
Lo siento Pedro… te seré sincera.- La Vaca clavó sus ojos en Pedro.- Me ofrecieron dormir en un lugar cómodo y confortable, no supuse que pudieras precisar del calor de mi cuerpo.
“Bueno. Mi amiga la Vaca tiene razón.- Pensó Pedro.- Quizá yo hubiera hecho lo mismo”
No te preocupes amiga. Pero por favor, prométeme que aparecerás si te necesito de nuevo.
¡Claro que te lo prometo! ¿Acaso dudas de mí?
Ya sabes que no.
Y era cierto, no dudaba de ella.
Pasó el tiempo y Pedro poco a poco se fue quedando sin dinero. Ya no tenía nada que comer ni beber, ni un lugar donde guarecerse de la lluvia y el frío. Supo que había llegado su momento y una mañana se encontró muy mal. Enfermo, triste y desolado no sabía a quien acudir.
“Me gustaría pasar los últimos momentos de mi vida con mi única amiga”.- Pensó.
Y buscó y buscó, pero su amiga la Vaca no apareció. Pedro cerró los ojos y en un último esfuerzo dedicó el último de sus pensamientos a la Vaca, esa amiga que siempre estuvo allí, que siempre iba a estar ahí. Así, sonriendo, Pedro se desplomó en una calle desierta, alejada de los lugares donde tan buenos recuerdos había compartido.
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Al día siguiente la Vaca tuvo hambre. Mugió lastimera, pero Pedro no apareció.
¡Sabía que no debía fiarme de él!- Exclamó ofendida.
Y se fue meneando el rabo y sollozando tristemente, aun hoy no perdona la traición del que creía su amigo.
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Y colorín colorado, esta fábula ha terminado.
Manuel Lozano
http://sindejardesonreir.blogia.com
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